Nuestra identidad entrama naturaleza y cultura

Tradicionalmente, se divide el patrimonio en natural y cultural. Se trata de un ejercicio intelectual que busca clasificar bienes, espacios, especies… solo a los fines de simplificar su comprensión, como lo hace la taxonomía con la zoología o la botánica. Pero si esa clasificación condiciona nuestra percepción, al punto de observar la naturaleza, por un lado, y la cultura, por otro, estamos ante un problema.

 

La realidad es que cuando recorremos un paisaje (urbano o natural) es fácil comprobar que las especies silvestres (al igual que el suelo, el agua y el aire) están presentes. Incluso, en el ámbito más antrópico. Del mismo modo, cuando caminamos por un ecosistema silvestre están presentes los aspectos culturales. A veces, de modo invisible, como los topónimos, los mitos, las leyendas, las canciones, la historia, los nombres populares de los animales, los usos medicinales de las plantas… En otras ocasiones su presencia es obvia si hay senderos, caminos y otras estructuras humanas. 

 

Sin embargo, la disociación de “lo natural” con “lo cultural” suele reforzarse con la comunicación brindada en los lugares emblemáticos de uno y otro lado. Por ejemplo, en las áreas naturales protegidas los folletos y carteles muestran su flora o su fauna, pero rara vez sus componentes culturales (históricos, antropológicos, arqueológicos y folklóricos). Algo equivalente ocurre cuando visitamos un museo histórico, arqueológico o de arte: todo muy lindo, pero la naturaleza no aparece, como si fuera una metáfora de la mirada de un tuerto. Pero si tenemos la posibilidad de ver con los dos ojos, el campo visual se ampliará para revelar un panorama integrador.

 

En esos ámbitos aparece el patrimonio. Es decir, el legado integral (natural y cultural) de las generaciones que nos antecedieron. Ellas seleccionaron objetos, sitios, personajes, especies y hechos con los que se identificaron en su tiempo. Nosotros no solo los recibimos: los resignificamos, los ratificamos, los descartamos o los renovamos. Por lo tanto, el patrimonio es una construcción social, basada en la valoración, el sentir y el conocimiento del presente. Por eso, distintas sociedades se identifican con un inventario patrimonial que varía con el tiempo, aunque siempre, con un mismo fin: hilarlos para entramar un relato sobre su identidad.

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